Visitamos el mercadillo de Navidad más bonito de Berlín que enamora a unos 2,5 millones de visitantes

Desde la Kasse 1 (Caja 1) donde se paga la entrada de 1 euro para el Weihnachts Zauber de la plaza berlinesa de Gendarmenmarkt se podían oír unas voces candorosas al unísono que entonaban canciones de Adviento. Estas voces, como si cantos de sirena se trataran, nos atraían y conducían por unas callejuelas llenas de alumbrado navideño, muérdago y casetas de madera que despuntaban en su blanco tejado con una estrella iluminada. Aunque si algo despuntaba imponentemente era el colosal árbol de Navidad que se perdía en el cielo y que iluminaba todo con sus luces doradas.
De un lado a otro pudimos observar las minuciosas piezas artesanales de decoración navideña, el brillo de las telas de los fulares, los gorros de pelo rusos, las especialidades de pastelería como las Plätzchen (galletas de Navidad), el Christstollen (bollo de Navidad), el Früchtebrot (pan de frutas) o el mazapán y ver como el fuego de las parrillas daba paso al calor y al humo que asaban las salchichas y la carne que los más de 2,5 millones de visitantes que se prevén este año comían entre pan y pan.
Siguiendo el flujo de la multitud que se movía como las corrientes de un río y que llenaba hasta el último y más recóndito lugar, llegamos por fin hasta la plaza central coronada por el monumento de Friedrich Schiller, una excepcional obra de arte que parecía conceder al poeta, dramaturgo y filósofo alemán dotes de anfitrión de una fiesta magistral. Justo detrás de este se encontraba un escenario con el coro seráfico que nos había llamado desde nuestra llegada y del que emanaba la armonía que a los espectadores encandilaba.
El frío nos daba la excusa para poder degustar la bebida alemana más típica después de la cerveza.
Mientras asistíamos al espectáculo de «Gospelboat», le preguntamos a un señor muy amable de barba blanca que podría haber pasado por Papá Noel, o Nikolaus, como es conocido en el país teutón, dónde había comprado aquello que bebía y que parecía calentarle el cuerpo. Nos indicó en un perfecto alemán donde podíamos comprarlo mientras señalaba a un gran puesto a la derecha del escenario. El rótulo lo anunciaba: Glühwein.
El frío nos daba la excusa para poder degustar la bebida alemana más típica después de la cerveza, claro. Está elaborada a base de vino tinto caliente, canela, cardamomo, laurel, clavo, nuez moscada, anís, limón, naranja, azúcar y un poquito de licor. El sabor es fuerte para los que tienen el paladar fino, pero para ellos existe la versión de vino blanco, que es más dulce. El manjar es caro y una taza cuesta unos 4 euros, más los 2 euros de deposito por la taza, que se puede convertir en un bonito recuerdo para quien se la quiera quedar.
Pudimos asistir a la creación de obras de arte de madera, confecciones en un telar clásico y al nacimiento de un caballito de cristal fundido.
Así que con nuestro souvenir nos fuimos a seguir explorando el mercadillo que estaría abierto diariamente de 11:00 a 22:00 hasta el 31 de diciembre y decidimos acompañar la bebida con una Kässebällchen (bolitas de queso) recién hechas. Luego nos dirigimos a la Kunsthandwerker-Zelt, el pabellón donde se encontraban los puestos de las manufacturas artesanales donde pudimos asistir a la creación de obras de arte de madera, confecciones en un telar clásico y al nacimiento de un caballito de cristal fundido.
Después de esta refulgente experiencia el frío nos avisaba del momento de volver a casa. Sin embargo, la noche nos despidió en una de las casetas con un pequeño espectáculo con guitarra que nos concedió un animado visitante feliz, quien sabe si por algo más que una taza de glühwein.

Maite M.
El frío nos daba la excusa para poder degustar la bebida alemana más típica después de la cerveza.
Pudimos asistir a la creación de obras de arte de madera, confecciones en un telar clásico y al nacimiento de un caballito de cristal fundido.